Creo que el hidrato de cloral y el bourbon se han cebado con mi ventrículo derecho

     

    Nosotros, los litúrgicos de las áreas de descanso de las interminables carreteras norteamericanas. Nosotros, los heridos por los desiertos inmisericordes. Nosotros, las almas lúgubres que beben el aceite derramado de los extravagantes motores quebrados directamente del asfalto. Nosotros, los enamorados del feísmo insolente que mezcla sin rubor los luminosos de Coca-Cola con la adoración extrema a Nuestro Señor Jesucristo y las bodas express con el pastel de carne enfriando en el alféizar. Somos nosotros. Caemos rendidos una y otra vez ante la grandeza, lo sublime de la épica torcida, absurda, naíf, decolorada, barata, descontextualizada, gigante, hermosa e irrepetible del Olimpo que fue cuna, Gólgota y sepulcro de Hank.



    "Podría decir que se acabó ahora. Que me alegré de verte ir. Podría odiarte por la forma en que me siento. Mis labios podrían decir una mentira, pero mi corazón sabría..."

    Hank es, sin duda, mierda de primera aquí para conjugar correctamente el condicional en inglés. Podría. Pero, demonios, mi maldito corazón, al fin, sabría...

    Hank se durmió en la trasera de su descapotable a los 29, con una mixtura letal de hidrato de cloral y priva en su cuerpo. Nada excitante. Medicina de pueblo para el dolor de un Dios. Que no duela. Sobre todo, que no duela nada entre bolo y bolo. La aurícula llegó puntual a la cita, pero el ventrículo derrapó en la penúltima curva. Algunos vienen presurosos al valle de lágrimas, hacen su jornada y se van con más premura de la que traían. Hank llegó, preñó la cosmogonía americana con tanta urgencia como incontestable rotundidad y salió disparado vaya usted a saber a qué plano de la existencia.

    El placer. El placer cuando supe que aquellas primeras canciones de aquella primera cinta del Círculo de Lectores que sonaban a todas horas en el Aiwa que padre trajo de Canarias en el 77 y que cantaba Elvis como nadie nunca haya cantado ninguna otra cosa eran, en realidad, de Hank. 

    "Podría decirle a mi corazón que no te extraño. Mis labios podrían decir una mentira. Pero mi corazón sabría..."

    De bruces. Me di con el disco de Alison y Robert. Uno de esos que llenan la casa como si viniera toda la familia. Y está ahí. El rey vikingo de las guerras del rock tiene la voz que tenía cuando asolaba el mundo en nombre de Satán y de la electricidad desatada al frente de Led Zeppelin, pero hay más terciopelo que acero ahora. Y ella entrelaza su voz, de una hermosura desarmante, con la del viejo monarca. 

    

        Podría decir que se acabó ahora, pero lo bueno de las carreteras interminables es que, tras cada curva, puede estar Hank, confundido, sincronizando aurículas con ventrículos. Todo es posible a la luz del neón. Ese que lleva toda la vida iluminando nuestras vidas. Al menos, las de las almas lúgubres que bebemos aceite de motor directamente del asfalto.


José Pajares Iglesias 2023

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