El día que Adolf falló el tiro (Keef cumple 79)

               

"Bueno, nunca guardé un dólar después de la puesta del sol, siempre me quemaba un agujero en los pantalones..."

Voy hacia otra frontera. Una más. Hay un mágico, cabalístico, bíblico número siete encabezando la procesión que cierra el nueve para recordarme suavemente que el año que viene serán 80. Y sigo sujetando la Telecaster por debajo de la cintura. Quizá debí acortar la bandolera en algún momento, lo sé. Pero el riff se habría resentido. Creo que una indeseable y pegajosa capa de miel escandalosamente azucarada lo habría pringado todo. Se habría ido el filo. Y el riff tiene que amargarte tanto que no desees otra cosa cada día después de la puesta de sol. Sin eso no hay Rock. Pero lo más importante es que sin eso no hay Roll. Y podemos vivir algunos días sin Rock, claro. Pero el día que falta el Roll estás muerto. Por eso pude sonreír, una vez tras otra, las tres ocasiones que aquellos buenos doctores me dijeron que no cumpliría 40 si persistía en mi amor incondicional por el Marlboro, el Jack Daniels y las amapolas afganas. Quizá me hubiesen dejado jugar con un juguete. Los tres les parecían demasiado. Pobres. La de veces que he pedido a mi asistente que les llevasen flores al cementerio. A los tres

"Siempre tomaba dulces extraños..." 



                                             


                Adolf tiró una bomba sobre mi cuna. Winston hacía la V con sus carnosos dedos a la vez que malabares para no malograr el enorme puro que se iba fumando por Londres mientras todo era humo, cascotes y desolación. Pero contra todo pronóstico, mami me estaba llevando mientras de paseo por el medio de todo aquel caos. Cuando volvimos a casa, mi habitación era descapotable y mi cuna una tumba de la que me libré por los pelos. Imagino que todo ese retumbar anárquico e imprevisible ya tatuó algunos bombos, algunos timbales y algún tipo de fanfarria suicida en mis venas. El ruido, la furia y la insolente falta de sentido de supervivencia vinieron ya en los primeros días. Yo creo que después de eso ya todo me pareció pura broma. No creí que diera ni para tres décadas, pero el chiste de bailar con la chica de la guadaña parece que se prolonga. Bendito chiste. Me ha dado para aprender otras dos o tres falsetas buenas de blues añejo. Para derramar arrugas excelsas sobre esta piel bucanera. Para que no haya habido ni un día sin Roll...



                                                    José Pajares Iglesias 2022

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