Cuatro días eternos de ruido

    Lemmy parece haber vivido solo cuatro días ruidosos. De un estruendo épico. Los que van del día de su nacimiento, en Nochebuena, hasta el de su muerte, el día de los Inocentes. Cuesta recordar, entre todos los hachazos inmisericordes del Rickenbacker y los escupitajos sónicos del legendario Marshall "Murder One", que pasaron 70 lujuriosos años entre su fecha de entrada y salida de este valle de lágrimas. Lemmy fue un personaje tierno, aunque pueda ser paradójico ver ese calificativo asociado a su nombre en una frase. Uno de los últimos románticos. Uno que dijo alguna vez que si no hubiese sido el Rock y otra época le hubiera visto nacer, habría querido "ser pirata o enrolarse en un circo". Ya. Tampoco yo me lo he imaginado nunca tras la mesa de un despacho trabajando "nine to five" y tomando una pinta en el pub antes de la cena. No. Lemmy fue un forajido. Aferrado a su vida insana sin pose. Cargado de actitud tanto como los elefantes de Aníbal cruzando los Alpes. Una vez dijo "Motörhead ha sido mi vida y será mi muerte". 

    Verle jugar a la tragaperras en el Rainbow con una copa y un pitillo, al lado de su minúsculo apartamento del Sunset, repleto de botellas de Jack y memorabilia nazi, elegido estratégicamente para estar muy cerca de sus eternos vicios. Verle rebuscar en las estanterías de Amoeba una copia monoaural de la caja de The Beatles que parecía no estar en existencias hasta que la encargada de la tienda se la consigue, y verle irse con su tesoro 

    “Mucha gente piensa que los Beatles eran unas nenas y los Stones los tipos duros. Y es al revés, los Beatles eran de Liverpool, de la clase trabajadora, y los Stones eran unos pijos de Londres que estudiaban Arte y cosas así. Los Beatles son la banda más grande de la historia”.

    Siete años sin Lemmy. Toda la vida con Motörhead.







                                                    José Pajares Iglesias 2022

    

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