Una vieja canción de los Kinks

                Bzzzzz…bzzzz…bzzzzzzzzz…el pequeño jilguero mecánico revolotea nervioso a ambos lados del ala del sombrero del anciano. Parece animarle en la cadencia calma algo destartalada con que camina, recomponiéndose y descomponiéndose a cada paso según las evoluciones imprecisas del bastón. El zumbido no es nada molesto. Al contrario. Se asemeja a un viejo mantra budista. Algo más metálico, pero cálido. En realidad el artefacto no parece el típico dron de Salvaguarda Vital Básica de esos que te ponen los servicios públicos de salud cuando te haces mayor. Ni uno de esos privados, tan caros como inútiles, que compra la gente de dinero a sus abuelos para presumir por el vecindario. A éste le reprogramó la centralita alguien muy fino. Fijo. Es casi un ser vivo. Orbita la cabeza de aquel hombre con un mimo y una protección inéditos en una máquina. Mientras la camarera les acomoda en una mesa, el artefacto le recita al oído a su protegido las recomendaciones que marca el protocolo sanitario. Ritmo cardiaco normal y constante. Presión arterial dentro de parámetros, aunque se recomienda la restricción de sal durante las próximas 24 horas…3 horas y 43 minutos para la siguiente toma de medicación…

                -Déjame un ratito tranquilo, que eres muy cansino. Ya te dije en casa que hoy no fueses tan pesado. Anda, pon música. La de los Kinks. La que me gusta. Tócala en mono que si no se te termina la batería antes de volver y acabas como siempre. En mi bolsillo. Era que me cuidabas tú a mí, jilguerito…

                Vuelve Fani con su bandeja, su mandil de flores y su libreta para las comandas. Lo primero, una sonrisa muy grande y un toquecito al volador, que aprovecha para hacer un picado con tirabuzón y casi acaba en la papelera.

                -Otra vez estamos a 17. Lo sé cada vez que os veo. Si venís es que es 17.Casi hasta sé lo que me vas a pedir. Un Rioja Japonés y una lata del mejor atún. A que sí? Cómo le llamaste al vino el mes pasado, que casi me matas de risa?. Dijiste muy serio: “Trae por favor una copa de Ribera de Arakawa”. Reconoce que está muy rico. Yo no recomiendo cualquier cosa.

(Tercia el dron después de escuchar la oferta para el aperitivo. No le parece buena idea. Se mantiene absolutamente quieto a la altura de los ojos de la camarera y sentencia: “el alcohol hoy no está indicado. Las conservas de pescado que contengan sal hoy no están indicadas).

Pero el anciano lo toma suavemente por el sensor meteorológico que tiene en la diminuta panza, tira suavemente de él hasta ponerlo a la altura de sus ojos y le contradice sonriendo.

                -Deja que pida, jilguerito. Tú pon música y haz un backup de esos que tanto te gustan a mediodía. Vuelca datos. Tú a volcar. Yo a hablar con Fani.

                Empieza a sonar “Rock&Roll fantasy”. Fani escribe (una copa de rioja japonés y una latita de atún. Del bueno.) El anciano sonríe, sentado frente a la mesa. Otro día 17. Uno de octubre se despidió de su alma gemela. En 2019. Un señorial gato negro que encontró en la bodega de un bar. Uno que le acompañó 15 años. Se le murió en los brazos. Hace ya 29 años. Todos los meses desde entonces hace ese pequeño gesto. Dedica una hora a saborear una buena conserva de pescado, como aquellas que gustaban tanto a su compañero. Con un buen vino. Se lo han prohibido todo. Pero él cree que nadie puede obligarte a olvidar a los caídos.   Cree en los gestos. Ha olvidado casi todo lo demás. Fechas, aniversarios, días importantes. Todo parece estar guardado en una habitación de su vida a la que no ha vuelto a entrar. Al hermano de pelo suave azabache, al de las almohadillas generosas y el hablar abundante no ha podido archivarlo en ningún sitio. Le tocó el alma a este anciano tan grande como frágil. Y cada mes, sin faltar uno, el día 17 come y bebe en su memoria.

                Después se levanta y se marcha discutiendo con su perenne conciencia mecánica revoloteadora. A veces le habla de los gorriones que había en las ciudades. A veces le deja que se pose en su hombro. A veces le cuenta cosas de aquel gato monarca inolvidable.

                Fani les ve irse. Los camiones del municipio pasan regando. Bajo el ruido del agua buscando recodos aún se escuchan los versos de aquella vieja canción de los Kinks.

“We've been through it all yet we're still the same

And I know it's a miracle, we still go, and for all we know

We might still have a way to go…”

José Pajares Iglesias

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